“Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito”, Aristóteles.

Hoy en día no basta con hacer las cosas y lograr resultados, no basta con ser eficaces. Tampoco es suficiente tratar de lograr resultados con el mínimo esfuerzo o costo ya que eso sería enfocarnos en la eficiencia. Necesitamos manejar ambas variables. Debemos por lo tanto aumentar nuestra efectividad: la capacidad de lograr el máximo de resultados al mínimo costo.

La efectividad nos permite movernos entre lo eficaz y lo eficiente de una manera equilibrada y conseguir resultados excelentes. La efectividad requiere hacer lo correcto y hacerlo bien y sobre todo precisa manejar una serie de hábitos para ello. Hábitos que nos permitan utilizar todas nuestras capacidades mentales y nuestro potencial creativo, trabajar en equipo, comunicarnos eficientemente, gestionar las dificultades y el estrés, gestionar nuestro tiempo, tomar decisiones, planificar y tener una actitud enfocada en el aprendizaje continuo.

Cuando atendemos a los resultados, olvidándonos de cómo hacemos uso de los recursos, acabamos agotados. Si tratamos de hacer las cosas apremiados por el tiempo, podemos estar sacrificando el resultado. Cuando no sabemos cómo hacemos las cosas, lo que funciona y lo que no, disminuye nuestra efectividad y con ello aumenta la probabilidad de cometer errores, que luego precisan de mayores recursos para solventarlos. Con ello no sólo se ve disminuido nuestro rendimiento, sino también la motivación y la satisfacción en lo que hacemos.

En estos tiempos necesitamos reflexionar sobre si estamos haciendo las cosas lo mejor que sabemos y podemos, buscando la satisfacción de las organizaciones para las que trabajamos sin olvidarnos de aquello que es importante para nosotros.